Cijurep. Revista
de Garantismo y Derechos Humanos,
Año 3, Núm. 5, enero-junio de 2019, Universidad Autónoma de Tlaxcala, ISSN
2448 – 833x, pp. 8-23
Una visión del acuerdo de paz colombiano: reflexiones desde la
experiencia española
A vision of the colombian peace
agreement: reflections
from the spanish experience
Manuel Torres Aguilar*
Fecha de recepción: 13 de noviembre de 2018.
Fecha de aceptación y versión final: 19 de diciembre de 2018.
Resumen
El estudio del
fenómeno de la cruenta guerra interna que se vivió en Colombia entre las
fuerzas militares, paramilitares, guerrilleros y grupos de narcotraficantes,
implica adentrarse en el análisis no poco sencillo de la interacción de estos
actores que, a fin de cuentas, colocaron a la sociedad de esa nación como rehén
de los distintos intereses fácticos e institucionales. En este documento, se
advierte una mirada de esa realidad a partir de la experiencia que se ha vivido
en España respecto de este tipo de conflictos que, ante todo, debe juzgarse por
los elementos comunes que las identifican, como son en determinado momento
histórico, por ejemplo, las desbordadas violencias institucionales y de la
criminalidad organizada.
Abstract
The study of the phenomenon of the bloody internal war
that was lived in Colombia among the military, paramilitary, guerrilla and drug
trafficking groups, involves going into the not-so-simple analysis of the
interaction of these actors who, after all, place They put the society of that
nation hostage as a hostage of the different factual and institutional
interests. In this document, a view of that reality is seen from the experience
that has been lived in Spain regarding this type of conflicts that, first of
all, must be judged by the common elements that identify them, as they are in a
certain historical moment, for example, the overflowing institutional violence
and organized crime.
Conceptos clave: Paz,
guerrilleros, paramilitares, narcotráfico, guerra.
Keywords: Peace, partisan, paramilitaries,
drug trafficking, war.
*Académico de
Historia del Derecho y de las Instituciones, y director de la Cátedra UNESCO de
Resolución de Conflictos, de la Universidad de Córdoba,
España.
1.
Introducción
Con el objeto de poder hablar del proceso de paz de Colombia
desde una perspectiva internacional y sobre las lecciones aprendidas en ese
último año [2018], conviene empezar afirmando
una obviedad: en Europa hay un profundo desconocimiento de la realidad
americana.
Diría más: hay un profundo desconocimiento de la realidad
europea y por supuesto americana y del resto del mundo. Sí, no es de
sorprenderse que en Europa nadie sabe nada. Hay más información que nunca y,
sin embargo, la gente es más ignorante que nunca y más manipulable que nunca.
El populismo, la mentira o, como ahora dicen los modernos, la post-verdad, está
instalada entre nosotros, y particularmente en las redes sociales, que manejan
a la opinión pública con absoluta impunidad.
Sé bien de lo que hablo, porque en el camino de ida y vuelta
que los diferentes asuntos de la actualidad experimentan, he tenido la ocasión
de comprobar el mismo desconocimiento que hay aquí, en América, y también en la
propia Europa de nuestro “querido” conflicto catalán. No insistiré en ello
porque no es el caso. Sólo quería asentar estas primeras consideraciones, para
justificar el prisma equivocado —a veces—
con el que se pretende abordar desde Europa, la realidad de los dos años
transcurrida desde la celebración del acuerdo de paz entre el gobierno
colombiano y las denominadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc).
¿Cuál fue la primera impresión que hubo en Europa sobre el
proceso de paz en Colombia hace dos años? Yo les hablaré, algo más
modestamente, de la visión desde España.
La verdad es que la opinión pública y la publicada por los
medios de información mostraron una sensación de optimismo y alegría ante la
llegada del acuerdo de paz, porque suponía poner fin al conflicto más antiguo
existente en América que había desangrado a un país tan importante y querido
como Colombia. Al poco tiempo, la alegría se transformó en incredulidad,
desazón y falta de explicación tras el resultado del referéndum de ratificación
[en
el mes de octubre de 2016].
Con el desconocimiento de las raíces del conflicto y de todos
sus actores, nadie se explicaba bien cómo era posible que, aunque por una
pequeña diferencia, el No hubiese
triunfado.
En un artículo reciente se citaba a Susan Sontag, donde
afirmaba que “la guerra ha sido la norma, y la paz la excepción”.[1]
No puedo estar más en desacuerdo con esta afirmación.
Los historiadores hemos hecho que la guerra sea la norma en
nuestros libros y en los últimos doscientos años la prensa en sus diversas
modalidades se ha ocupado de que la excepción —como
mandan los cánones— sea la noticia. Así, parece que
siempre estamos en guerra y conflicto, cuando no es verdad. La mayor parte de
la historia ha sido la superación de conflictos, y sobre todo, la vida
rutinaria y normal de las personas se desarrolla en escenarios de paz. La
historia está llena de ejemplos que han permitido conseguir que la especie
humana —con todas sus deficiencias—,
haya podido llegar hasta aquí.
En la última década del siglo XX, el mundo fue testigo de un
proceso inédito: la restauración del capitalismo en los países del anterior
bloque soviético. Este proceso ha sido muy doloroso para las poblaciones de
Europa Oriental, pero el caso que adquiere las formas más dramáticas es el de
Rusia, la otra superpotencia en la era bipolar.[2]
Si la realidad conflictiva del ser humano no se hubiese ido
resolviendo y gestionando pacíficamente en la mayoría de los casos, seguramente
hace tiempo que ya no existiría nuestra especie. No quiere con ello decir que
llegará el día que seamos incapaces de resolver alguno de nuestros conflictos y
suponga el fin, pero de momento prefiero ofrecer una visión optimista desde el
ámbito de la conflictología.
En cualquier caso, después de este excursus, volviendo a nuestro tema, diré que en España impactó en
primer lugar la noticia de conocer el número de víctimas que el conflicto
colombiano había alcanzado en sus más de cincuenta años de existencia. Al
margen de estar equivocado, puede hablarse de más de seis millones de víctimas
(consideradas en sentido amplio) y centenares de miles de muertos. Sin temor a
equivocarme, puedo afirmar que, hasta ese momento, la opinión pública que en su
mayoría sí sabía que en Colombia había un conflicto civil, pero no tenía ni
idea de la dimensión del mismo. Precisamente el acuerdo de paz y su negociación
previa, de modo paulatino, colocó en el foco de atención el conflicto, y la
gente comenzó a tener algo de más idea sobre la extraordinaria gravedad del
problema. Conformado en alguna medida el tamaño del conflicto, dimensionado en
términos de víctimas, fue entonces cuando pudo tenerse conciencia de la
importancia que tenía regular el conflicto y alcanzar unos acuerdos de paz.
Colombia ha dado un paso trascendental en su vida
institucional: a finales de 2016, después de más de cuatro años de
negociaciones declaradas, se firmó por parte de representantes gubernamentales
y delegados de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), un pacto
mediante el cual se dijo poner fin a las hostilidades con sus muertos,
desaparecidos, desplazados, extorsionados, masacrados, etc., denominado como
“Acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz
estable y duradera”.[3]
No podemos pedir a la opinión que conozca que no había sólo
un grupo guerrillero, que había facciones de revolucionarios de izquierdas por
un lado y de defensores de las oligarquías de extrema derecha y terrateniente
por el otro, que el narcotráfico había sido un elemento fundamental de la
degeneración del conflicto, etcétera. Estos ya son elementos que en líneas
generales la opinión pública no conoce, ni se va a preocupar por conocer si no
existe una pedagogía formativa desde unos medios de comunicación formados,
informados, profesionales, imparciales y de calidad. Creo que acabo de pedir
mucho.
Como decía al principio, la firma del acuerdo provocó una
sensación de alegría y optimismo en un momento de la historia en el que la
crisis social, económica, institucional y de todo tipo, parece haber insuflado
un halo de pesimismo a la humanidad. Al fin una buena noticia, podríamos decir.
Pronto esa ilusión se desinfló. El resultado del referéndum,
50,23% de más de 12,7 millones de votantes, estaba por el No al acuerdo celebrado entre las Farc y el gobierno colombiano. La
prensa se preguntó entonces y lo sigue haciendo ahora, si ese poco más de la
mitad de los votantes estaba por prolongar la guerra. Muchos en España pensaron
que sí, que lo que manifestaron los colombianos era el deseo de que el gobierno
derrotara militarmente a las Farc.
Sin embargo, la realidad es que los colombianos del No, lo que rechazaban eran algunos de
los términos del acuerdo. Por tanto, ni la opinión pública colombiana, ni sus
políticos, ni su prensa apoyaban la continuidad de la guerra, como podía
pensarse desde Europa y, por seguir mi ámbito, desde España. En gráfica
expresión, podemos decir que el lema de muchos de los votantes del No era “La paz, sí, pero no a cualquier
precio”.[4]
Esto que seguramente es así, no ha impedido que desde el otro lado del
Atlántico se haya juzgado la opción de una parte de los colombianos como de
tibio apoyo a la paz. Transcurridos dos años, sigue flotando en el ambiente esa
opinión.
Incluso hay estudiosos como el francés Yann Basset, que han
aventurado explicaciones para el No
en Colombia: “La victoria del No
se debe al voto de los sectores populares urbanos, periurbanos y de las
ciudades intermediarias que no se sintieron interpretados por el discurso de la
paz y temieron ser olvidados en el contexto del posconflicto”.[5]
Ello me ha hecho plantearme dos cuestiones. Una ya la he ido
desbrozando desde el principio: hay un profundo desconocimiento de las raíces
del conflicto y es fácil juzgar desde el desconocimiento y la distancia. La
segunda cuestión, es tratar de exponer —sin ánimo de dar
lecciones a nadie, porque todos estamos siempre llamados a la modestia de
admitir no lo qué conocemos sino cuánto ignoramos aún y cuánto seguiremos
ignorando hasta el fin de nuestros días—, si tenemos
conciencia los de fuera y tienen conciencia clara los colombianos, ¿de cuánto
puede suponer la paz definitiva? ¿Sabemos todos que una cosa es la paz negativa
y otra muy distinta la paz positiva? En cualquier conflicto, ¿conocemos qué
valor tienen las cosas materiales y qué valor las inmateriales que se han
perdido o se pueden perder? Frente a la reparación necesaria, ¿somos
conscientes del valor del perdón imprescindible?
Me preguntaría si todos hemos tomado conciencia en el año que
transcurrió sobre la importancia que tiene la paz para la convivencia y el
desarrollo futuro de Colombia y de toda Sudamérica.
Hay muchos debates abiertos a poco más de dos años de la
firma del acuerdo [septiembre de 2016)];
eludo siempre hablar del final del conflicto porque a este conflicto aún le
faltan muchos años para llegar a un punto final. Hablaba antes de paz negativa;
en la ciencia de la paz, ésta significa el cese de la violencia, nada más y
nada menos, añadiría. Pero esto no es suficiente para construir una paz
verdadera: por supuesto que es imprescindible, pero no suficiente. Hace falta
una paz positiva, es decir, la reconstrucción de todas las condiciones
destruidas, inexistentes, olvidadas, que permitan restaurar la convivencia, y
eso es mucho más difícil que firmar un documento de paz o fin de la violencia,
con todo lo que haya podido entrañar la dificultad de esa negociación. A diferencia de la paz negativa, “la paz positiva va más
allá de la ausencia de conflicto o tregua de la guerra, y se orienta hacia la
reconciliación de las diferencias, la tranquilidad y la satisfacción”.[6]
Y hoy que las Farc
se han constituido en un partido político que ha sido presentado incluso en un
congreso al modo de los partidos tradicionales, ¿estará la opinión pública
colombiana dispuesta a aceptar que las ideas que defenderán en su programa
político serán tan legítimas como las de otras opciones? Los miembros del grupo
armado han aceptado entrar en el juego de un sistema electoral que nunca habían
reconocido porque consideraban que era propio de la falsa democracia burguesa.
¿Será sincero ese planteamiento? ¿El electorado admitirá que su oferta política
es una más de las presentes entre las opciones políticas tradicionales?[7]
Son muchas las cuestiones planteadas. Muchas las
interrogantes y desde luego, la sombra del No
sigue presente en el proceso. Hemos podido ver abucheos en alguna universidad
contra algunos miembros de las Farc
o contra los que se oponen a que intervengan, o contra los que están a favor de
que tomen parte en actos académicos para favorecer el debate público del
proceso. Sin duda, es difícil desde la perspectiva de las víctimas asumir que
la justicia transicional puede suponer renunciar para ganar. Es difícil
perdonar el sufrimiento inútil causado, aunque también muchos miembros de las Farc son víctimas, víctimas de muchos
tipos.
Y esto que afirmo cuesta decirlo, porque cuesta aceptar que,
por ejemplo, en España, muchos etarras [agrupados
en el movimiento Euskadi Ta Askatasuna,
ETA] han sido víctimas también: víctimas de su
ignorancia, víctimas de un adoctrinamiento psicológico, víctimas de una
sociedad en momentos muy enferma, víctimas de una locura sectaria que les
impedía escapar del bucle de violencia inútil y sangrienta…
Si a mí me cuesta trabajo aceptar esto, ¿quién soy yo para
pedir que lo hagan los actores del conflicto armado con facilidad?
Como ya se ha escrito, “nadie dijo que sería fácil”.[8]
El resultado del referéndum fue un baño de agua fría para poner a la luz las
dificultades que el proceso iba a encontrar incluso antes del minuto uno de
partida. Pero como toda contrariedad, también debió servir para advertir de los
riesgos y para abrir una nueva ventana de oportunidad a la necesidad de
encontrar un consenso más amplio en los planteamientos principales del acuerdo.
Quizá a dos años de distancia, lo primero a consolidar es la
idea de que la paz debe ser considerada por todos los colombianos como algo
irreversible, algo que no admite vuelta atrás. Al menos aquí, visto desde
España, debería establecerse un acuerdo con el mayor consenso posible. La
irreversibilidad del proceso de paz, debería ser admitida por todos. No
obstante, hay riesgos de que el país, si no vuelve a la situación de violencia
anterior, al menos entienda un marco de la paz distinto al diseñado en los
acuerdos de La Habana. Si todos los colombianos quieren la paz, la disyuntiva
puede ser a qué precio quieren la paz, o qué están dispuestos cada uno a pagar
para alcanzar la paz definitiva y poner fin al conflicto. Reitero que el fin
del conflicto es algo mucho más complejo que firmar la paz.
En estos dos años transcurridos, hemos podido percibir cómo
el debate se ha ido complicando por momentos. Y en este debate hay que tener en
cuenta dos elementos básicos; uno, de carácter estructural: ¿cuál será el marco
de convivencia en el futuro que desean los colombianos? Es el más importante.
El segundo es de carácter más coyuntural y viene referido al momento presente y
a los protagonistas que han de diseñar y acordar el camino más adecuado para
alcanzar el objetivo anterior.
Debemos reconocer al menos que el acuerdo trata de dar
respuesta en sentido amplio a lo que [Johan]
Galtung llama la violencia estructural,[9]
para lo cual es necesario lo que hemos dicho antes que se denomina la “paz
positiva”, es decir, al desarrollo efectivo de programas que faciliten la
convivencia y la integración. Se propone el desarrollo del medio rural,
asignatura pendiente donde las haya; garantizar la participación política
democrática; blindar el fin del conflicto armado; solucionar el problema de los
cultivos ilegales y el tráfico de drogas; buscar la reparación de las víctimas,
el reconocimiento del mal causado y la petición de perdón, y consolidar el
proceso de justicia transicional.
Dar respuesta a todos estos retos es ineludible para poner
fin al conflicto. No son fáciles, ni tampoco de solución rápida. Nadie puede
pretender acabar con un conflicto de más de cincuenta años en un año, ni en
dos, ni en tres. Hay generaciones completas que no han conocido otra vida que
no sea una vida en la que la violencia ha estado muy presente. Por ello harán
falta nuevas generaciones que sean capaces de construir día a día el difícil
cumplimiento de los objetivos marcados.
Me gustaría añadir que algunos de los retos planteados por el
acuerdo de paz, no sólo deben ser analizados en la esfera del conflicto. Muchos
de ellos son retos reformistas que
Colombia estaba demandando desde hace ya mucho tiempo. Colombia es un
país moderno pero con lastres importantes del pasado que no únicamente tienen
que ver con el conflicto, aunque en algún momento fueron pilares ideológicos
del mismo. La brecha que existe entre el mundo urbano y el mundo rural es un
reto en el que los colombianos han de implicarse y que de paso contribuye
también a cumplir algunas de las finalidades de los acuerdos. El clientelismo
electoral con todo lo que conlleva de atentado a la calidad democrática, es
también un factor desestabilizador muy importante. Es decir, en mi opinión, a
la meta de la convivencia se puede llegar dando cumplimiento a objetivos que no
tienen que ver exclusivamente con el acuerdo de paz, pero que sí se definen
desde lo que supone ir eliminando factores que perjudican la convivencia de
todos los colombianos, y que de paso contribuyen a eliminar elementos del
conflicto estructural.
Si todos los colombianos reconocen la necesidad de la paz,
visto desde España después del referéndum, nos quedó claro que ni todos tienen
la misma idea de cómo llegar a ella, ni todos tienen la misma posición en
relación a lo que están dispuestos a pagar por llegar a alcanzar una
convivencia pacífica y democrática. No todos los actores políticos, sociales y
económicos implicados están dispuestos a ceder lo mismo. Y justo en este
momento la sensación que desde fuera se tiene es que el clima electoral abierto
ya desde hace meses, se presenta demasiado polarizado, justo cuando haría falta
buscar un consenso más general.
Y este sin duda no es el mejor escenario para
generar las condiciones propicias luego del conflicto armado en Colombia.
Porque no podemos soslayar que “la resolución de conflictos surge
simultáneamente como un concepto y como un enfoque particular para entender la
paz. Se define en oposición a la gestión de conflictos y se distingue de ésta
en distintos aspectos y elementos”.[10]
Uno de los objetivos a dilucidar sería consolidar el voto del
casi 50% por ciento a favor del acuerdo y trasvasar el voto del apenas el 50%
en contra del mismo, hacia un espacio en el que se encontrasen más cómodos con
el acuerdo alcanzado. Un factor interesante en el debate también será
vislumbrar el juego político que va a dar el nuevo partido político en el que
se han transformado las Farc. No
puedo prever aún cuál será su peso electoral. Ellos tienen que construir
también un partido y una oferta política cohesionada, y esta labor no será nada
fácil, tal y como estamos viendo por ejemplo en España —salvando
las distancias—, con la construcción de los llamados
nuevos partidos, que rápidamente han incurrido en los errores de los viejos y
que, al menos en Podemos, se ha
desatado desde el principio unas luchas internas tremendas que se están
saldando con un ejercicio muy poco democrático y transparente —que
era contra lo que pregonaba en sus inicios— y con una
indefinición política que terminará por pasarles factura electoral, como ya se
aventura en las recientes encuestas de opinión.
El nuevo partido colombiano surgido de las Farc, comienza con argumentos parecidos:
se trata de configurar un partido con aspiraciones de ser gobierno o parte
integrante del gobierno, un partido que huye de los vicios de la vieja política
y de los viejos políticos, una partido que se coloca en una opción ideológica
marxista-leninista y cercana al proyecto
bolivariano.[11]
Toda opción política en democracia es respetable, pero deberíamos confiar en
que buscaran un modelo más próximo a las socialdemocracias europeas que
seguramente contribuiría más y mejor a des-escalar la radicalidad de las
posiciones políticas, contribuyendo en mayor medida a crear un clima menos
extremo y más favorable a la búsqueda de espacios de encuentro.
Llegados a este punto, convendría reflexionar un poco y tomar
distancia también del día a día del momento electoral. Hagamos entonces un poco
de pedagogía de la paz. En resolución de conflictos es importante valorar lo ya
conseguido. A dos años puede parecer que lo alcanzado es poco, y no es así,
sobre todo si miramos de nuevo la situación de violencia, muerte, extorsión,
tortura, desplazados, etcétera, y comparamos con los 24 meses transcurridos sin
esos factores de sufrimiento, deberíamos llegar a la conclusión de que no es
poco, es muchísimo lo que se ha avanzado. Y si se llega al acuerdo de que este
año es un activo que la sociedad colombiana ya no puede perder, entonces
estamos en un punto nuevo de partida que puede contribuir a modular los
resultados del referéndum y forjar una base desde la que se hable de todo, pero
sabiendo que Colombia no puede volverse a permitir la violencia.
Porque finalmente, cuando se abren de nuevo “las
posibilidades de desmontar la confrontación armada interna (paz negativa), se
hace necesario plantear inmediatamente el problema de la transición hacia el
posconflicto, y no podemos renunciar al análisis prospectivo y terminar
prisioneros de la coyuntura, principalmente porque es en ese momento que
deberían empezar a resolverse las causas de tal confrontación (paz positiva)”.[12]
Es necesario, pues, en este escenario que propongo de
pedagogía para la paz, que hay que repetir cada día a toda la sociedad
colombiana, que el 26 de septiembre de 2016, la historia de Colombia cambió
cuando se firmó [en Cartagena de Indias]
el fin a la violencia. Poner punto final a una historia de más de seis millones
de víctimas, es el inicio de un camino que debe perseguir la reconciliación de
una sociedad fragmentada. Nadie cree que el acuerdo sea perfecto, pero sin duda
hasta el momento es el mejor de los acuerdos posibles, porque es el que se ha
alcanzado. En una negociación, en un acuerdo, no todos consiguen el 100% de lo
que pretenden, pero aquello que no alcanzaron no debe verse como una pérdida,
sino como una oportunidad para compartir un proyecto común, en el que de la
renuncia de cada parte surge un nuevo todo. La reconciliación debe venir de la
mano de la justicia transicional. Una justicia en la que la ley es conducida
hacia otros valores éticos superiores. Una justicia en la que las víctimas son
el centro de la resolución del conflicto. Conozco personalmente a Álvaro
Gil-Robles, que es uno de los cinco jueces seleccionados para integrar la
llamada Justicia Especial para la Paz (Jep),
y les puedo asegurar que si el perfil de los cinco es como el suyo, entonces
estamos hablando de lo que el derecho medieval denominaba los “omes buenos”, es decir, aquellos vecinos
que desde su bondad, su fino sentido de la justicia, su equidad, y su
sabiduría, buscaban solucionar los pleitos entre sus vecinos más allá de la
ley.[13]
Esto no es actuar al margen de la ley: es saber buscar en el margen de la ley el
camino por el que a veces la estricta ley no es capaz de encontrar la salida.
Pero esto hay que explicárselo a la ciudadanía. Hay que explicar que en el
proceso de paz positiva es necesario el reconocimiento del mal causado, la
petición de perdón y la reparación del daño ocasionado. Todo ello en la justa
medida para conseguir no la venganza, sino el equilibrio en el que todos ceden
para encontrar al final muchos más motivos de beneficio mutuo. ¿Acaso estaba
mejor Colombia antes del 26 de septiembre? Mis amigos colombianos me dicen que
es un profundo alivio en estos meses no haber tenido que sufrir más noticias de
atentados.
Sin embargo, soy consciente de que hay sectores interesados
por razones espurias en mantener lo
contrario. No puedo creer desde mi visión de extranjero que la paz pueda ser
vista con indiferencia por muchos colombianos. Recientemente con motivo de la
visita del Papa Francisco, me cuentan que en las redes sociales se ha bromeado
mucho con una especie de conspiración en la que estarían [Juan Manuel] Santos, Nicolás Maduro y Raúl Castro, junto con el propio
Papa respecto de la manipulación de este proceso de paz. No puedo dar crédito a
semejante superchería, que ni siquiera puedo aceptar como broma. La paz es algo
demasiado serio como para andar jugando con conspiraciones sin ningún
fundamento.
Hay que tener mucho cuidado con la desvalorización de la paz,
como señala Ibsen Martínez,[14]
y no vayamos a caer en esa pérdida de valor si ello equivale a una vergonzante
nostalgia de la guerra, como ha escrito Andrés Hoyos. Se puede caer en
afirmaciones tradicionales como la inevitabilidad de la guerra, el inexorable
determinismo estructural al conflicto y planteamientos similares que abogaron
en otro tiempo por defender la violencia como una solución para, o resolver las
desigualdades en Colombia, o mantener los privilegios acumulados desde antiguo.
Para destruir esos argumentos, vamos a quedarnos con la idea
del camino que han acogido las Farc:
el de aceptar la participación en el juego democrático, lo que supone aceptar
también que el camino para alcanzar unos objetivos políticos ya no es la
violencia, ya no son las botas, sino que es la democracia de los votos.
Llegados a este punto, hay momentos en los que conviene
cambiar la perspectiva del conflicto, y esto es muy frecuente en la gestión de
los mismos. En este cambio de perspectiva, si la mayoría estamos de acuerdo en
lo mucho que se ha ganado en estos dos años transcurridos, debe también
pensarse no sólo en lo que cada uno aspiraría a ganar si fuerza en un sentido u
otro la situación, sino en cuánto se podría volver a perder. En aquellos
conflictos en los que no están en juego nada más daños materiales sino, sobre
todo, daños morales o espirituales, hay que recordar siempre que la reparación
del daño que no se cubre con dinero, es muy difícil de restaurar. Los
intangibles son muy complicados de reponer. Si ya han sido demasiadas las
víctimas y por tanto demasiado el dolor, demasiado el daño, demasiado el rencor,
demasiado el odio, demasiado el sufrimiento que no encontrará fácil reparación,
no incrementemos más los intangibles que podemos seguir perdiendo. Insisto, a
veces no hay que pensar en cuánto puedo ganar, sino en cuánto puedo perder o
cuánto más puedo perder.
Este cambio de punto de vista, debería en este aniversario
reconfirmar cuánto se ha avanzado y cuánto se ha ganado, y que siempre es
posible ganar más, pero también perder
más.
Para ir concluyendo es necesario, una vez más, recordar los
planteamientos de Galtung en cuanto a la paz positiva. Mientras no limitemos
los efectos de la violencia estructural, no conseguiremos reforzar la paz. La
violencia estructural, como saben, afecta a la satisfacción de las necesidades
humanas básicas: alimento, vivienda, educación, comunicación, desigualdad… Pues
bien, en general para América Latina, en un reciente estudio se afirma no ya
que la paz está en peligro, sino que la democracia está a la defensiva.[15]
El 26 de septiembre pasado la Universidad Vanderbilt, con el
apoyo de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), la Fundación Tinker, el Banco
Interamericano de Desarrollo (Bid)
y el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud), publicó el informe de la Séptima Encuesta Regional,
iniciada en 2004, el llamado Proyecto de Opinión Pública de América Latina. Los
datos que del mismo se recogen ponen de manifiesto que “la democracia está a la
defensiva”, por cuanto el débil rendimiento de la economía, la resignación con
la corrupción generalizada y endémica de la clase política y la escalada de la
violencia, que no parecen merecer la atención adecuada por parte de la clase
política.
Con respecto a la encuesta de hace tres años, se ha
incrementado el apoyo a avalar acciones extralegales para destituir a los
líderes electos, se aprecia un descenso en nueve puntos de quienes apoyan la
democracia, así como las instituciones y valores que aquella representa.
Incluso la ciudadanía percibe que sus libertades básicas están siendo limitadas.
Todo ello se traduce en la decepción existente con relación a la protección de
los derechos humanos: dos terceras partes piensan que no están suficientemente
protegidos. Un 20% reconoce que en alguna ocasión ha tenido que pagar un
soborno. En definitiva, todos estos datos ponen sobre la mesa un estado de
opinión nada favorable para procesos de paz, de estabilización institucional y
fortalecimientos de la democracia y la ciudadanía.
Y en este paisaje se abrió un carrusel electoral que presentó
tres escenarios electorales algo complejos: Brasil con la inviable vuelta de
Lula [Da Silva] al no poder escapar de
los procesos judiciales, México con el triunfo de [Andrés
Manuel] López Obrador, que no parece tener una
alternativa a la política estadunidense de Donald Trump, y en Colombia, con dos
candidatos de la derecha, echando quizá por tierra buena parte de la agenda del
postconflicto.
Estos tres resultados pueden conducir a sus respectivas
sociedades a nuevas situaciones de inestabilidad, sobre todo porque el fantasma
de la banalización de la política está muy presente. La re-edición de cuentas
es un concepto no especialmente presente en estas sociedades, y los partidos
políticos están muy debilitados, girando toda la acción en torno a los
candidatos y su bagaje personal.
Por todo ello, insistiré en el papel que las universidades
tienen para formar ciudadanos comprometidos y críticos. En la medida que la
ciudadanía se articule fuertemente, podrá compensar esas fragilidades y
favorecer el proceso de postconflicto, que debe estar dotado de una
extraordinaria dosis de inteligencia, habilidad y generosidad.
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ideas en…, op. cit.
[5] BASSET, Yann, “Claves del
rechazo del plebiscito para la paz en Colombia”, en Revista Estudios Políticos, 2018-1, Instituto de Estudios
Políticos, Universidad de Antioquia, Colombia, 2018, p. 241.
[6] CHÁVEZ PLAZAS, Yuri A.,
“¿Paz positiva? O ¿paz negativa? Reflexiones de líderes y lideresas víctimas
del conflicto armado en Soacha, Colombia”, en Prospectiva. Revista de Trabajo social e intervención social, no.
24, julio-diciembre de 2017, Escuela de Trabajo Social y Desarrollo Humano de
la Universidad del Valle, Colombia, 2017, p. 73
[7] MANETTO, Francesco, “El
partido de las FARC nace con la aspiración de gobernar”, en diario El país,
artículo publicado el 1 de septiembre de 2017, y recuperado del sitio web
https://bit.ly/2JuQlhz
[8] MUDARRA, Fernando, “Paz en
Colombia: nadie dijo que sería fácil”, en diario El país, artículo publicado el 19 de septiembre de 2017, y
recuperado en sitio web https://bit.ly/2xckpL0
[9] Cfr. GALTUNG, J., Paz por medios
pacíficos. Paz y conflicto, desarrollo y civilización, Gernika Gogoratus,
Bilbao, 2003.
[10] BARRETO ENRIQUES, Miguel, Laboratorios de paz en territorios de
violencia(s). ¿Abriendo caminos para la paz positiva en Colombia?, Facultad
de Ciencias Sociales, Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano, Bogotá, 2016,
p. 37.
[11] MANETTO, Francesco, “El
partido de…, op. cit.
[12] VARGAS VELÁSQUEZ, Alejo,
“Hacia el posconflicto armado en Colombia. Transición de la guerra a la paz”,
en Documentos de Políticas Públicas, núm.
6, diciembre 2015, Vicerrectoría de Investigación, Universidad Nacional de
Colombia, Bogotá, 2015, p. 1.
[13] Cfr. ÁLVAREZ DÍAZ, Salvador, Los Omes
buenos en las villas realengas de Álava. 1168-1332, Eusko Ikaskuntza, Donostia-San Sebastián, 1989.
[14] MARTÍNEZ, Ibsen, “Escarnio
de la paz, nostalgia de la guerra”, en diario
El País, artículo publicado el 12 de
septiembre de 2017, y recuperado del sitio web https://bit.ly/2h1MfTG
[15] ALCÁNTARA, Manuel, “La
democracia a la defensiva en América Latina”, en revista Estudios de Política Exterior, artículo publicado el 9 de octubre
de 2017, y recuperado del sitio web https://www.politicaexterior.com/latinoamerica-analisis/la-democracia-a-la-defensiva-en-america-latina/